Hoy vamos a conversar sobre los beneficios que esa primera Navidad trae a nuestras vidas.
SER HECHOS HIJOS DE DIOS
Todos escuchamos la misma historia maravillosa del nacimiento del Niño Jesús, pero no todos reaccionamos de la misma manera. No todos creen en Jesucristo como el Príncipe de Paz y permiten que sus corazones sean conquistados por el amor de Dios.
Pero gracias a Dios hay algunos que sí lo hacen. Hay algunos que se acercan a Cristo convencidos de que en él, y sólo en él, pueden tener una vida plena en esta tierra y la seguridad de la vida eterna en el cielo.
¿Por qué estas personas reaccionan en forma diferente? Porque se han dado cuenta de la gran diferencia que existe entre «creer en Dios» y «creer a Dios». Permítanos explicarle esto. Mucha gente que dice «creer en Dios» lo que en realidad quiere decir es que cree que Dios existe, pero a pesar de eso no tiene una relación personal con su Creador.
«Creer a Dios», sin embargo, es diferente. Creer a Dios implica que Dios nos ha comunicado un mensaje que nosotros creemos como verdad. Esta clase de creencia es mucho más personal. Está basada en las promesas que Dios ha hecho y sobre las cuales nosotros asentamos nuestra fe y relación con Él.
Todas las promesas que Dios ha hecho se encuentran en la Biblia. Dios prometió perdonar la deuda que tendríamos que pagar por todas las cosas equivocadas que pensamos, decimos y hacemos, y también por las cosas correctas que deberíamos haber hecho y dicho. Jesús cumplió esa promesa al cargar sobre su cuerpo el peso de nuestros pecados y morir en nuestro lugar en la cruz del Calvario.
Dios prometió que Él vencería a la muerte que nos envuelve a todos como una mortaja. Jesús cumplió esa promesa de Dios cuando se levantó victorioso de la tumba.
PAZ EN LA TIERRA
A pesar de todas las oraciones que se han elevado a Dios a través de los siglos, las guerras siguen siendo tan reales en nuestro mundo de hoy, como lo fueron en tiempos pasados.
En esta época del año escuchamos a menudo hablar de tener paz en la tierra, porque cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Niño Jesús, cantaron: «¡Gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!» (Lucas 2:14). Pero la realidad de la guerra en nuestro mundo nos lleva a preguntarnos: ¿qué de bueno se consiguió con el nacimiento de Jesús? No parece habernos traído ninguna paz.
Tales comentarios manifiestan nuestro deseo de culpar a Dios por nuestro incontrolable hábito de creer que con violencia y guerra solucionamos los problemas, cuando ¡somos nosotros mismos los que apretarnos el gatillo, y no Dios! ¡Somos nosotros, los seres humanos y no Dios, los que maltratamos y dominamos a los demás!
Necesitamos reconocer que la guerra se origina en las actitudes injustas y egoístas de nuestros corazones. Si honestamente deseamos poner fin al horror de la guerra, primero debemos vencer el egoísmo que nos lleva a tratar injustamente a los demás. El problema es que, por más que muchas veces lo intentamos, pareciera como que nos falta la fuerza y los medios necesarios para ganar una batalla espiritual como esta.
Es por esto que el Príncipe de Paz vino a la tierra. Tal vez empecemos a ver a Cristo en forma apropiada si pensamos en él como en un soldado que vino a librarnos del pecado que nos lleva a la guerra y a matar. Cristo se infiltró en territorio enemigo disfrazándose de bebé, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. ¿Quién iba a pensar que ese pequeño bebé salvaría al mundo del poder del egoísmo? Sin embargo, eso es precisamente lo que Cristo hizo.
Cuando llegó a la edad adulta, Jesús se enfrentó a Satanás en un combate abierto. El demonio lo tentó para que se dejara dominar por el egoísmo, pero Jesús se rehusó a caer en esa trampa y no cometió ni uno solo de los pecados que tan fácilmente nos esclavizan a nosotros. Finalmente, desesperado por destruir a su santo adversario, Satanás incitó a los líderes judíos y romanos a crucificar al Señor. Sin embargo, al resucitar de entre los muertos, Jesús obtuvo una victoria sin precedentes e inesperada por todos.
Entonces, ¿qué beneficio se obtuvo con el nacimiento de Jesús? ¡El más grande de todos! Sin él, estaríamos condenados al egoísmo y al conflicto constante. El Príncipe de Paz resucitado trae a todos los hombres un mensaje revolucionario: «Confía sólo en mí como tu Salvador, y yo te daré vida eterna. Sígueme, y por medio de mi Santo Espíritu te enseñaré a amar verdaderamente y a servir a los demás, para que fluya de ti la justicia como un río, y no vuelvas a pensar en la guerra».
Paz en la tierra… Es el gran sueño de la humanidad, pero sólo se hará realidad cuando las personas, por fe, crean en Jesucristo como el Príncipe de Paz y permitan que sus corazones sean conquistados por el amor de Dios.
CONCLUSIÓN
Jesucristo no es solamente un niño envuelto en pañales acostado en un pesebre. Él es el cumplimiento de la promesa de Dios.
Dios no se conforma con que tú digas: «Yo creo que Dios existe». Él espera de ti una confesión profunda y sincera, como la siguiente que, si gustas, puedes repetir con nosotros:
Dios Padre, soy pecador y no merezco tus bendiciones. Pero sé que eres misericordioso y bondadoso. Creo en tu promesa de otorgarme el perdón de mis pecados porque Cristo murió por mí. Confío en tu promesa de regalarme la vida eterna, porque Cristo resucitó de entre los muertos. ¡Cuán grande es tu amor, mi Dios! Lléname de tu Espíritu Santo para que jamás deje de creer de esta manera, y para que dedique mi vida a Ti.
Jesucristo te invita a recibir los beneficios que su nacimiento, muerte y resurrección han traído al mundo. No lo hagas esperar.
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