Hoy queremos hablar de algo que es un tabú en la cultura hispana: el duelo y las pérdidas. Digo que es un tabú porque en nuestra cultura se nos enseña que «ser fuertes» significa ser de piedra y no tener sentimientos. Pero eso es algo irreal. Si alguien está sufriendo porque ha perdido a un ser querido o está pasando por un divorcio o la pérdida de un trabajo, no es bueno decirle que no piense en eso, que sea fuerte, o que ignore sus sentimientos sin darle un espacio para que pueda expresar su dolor. En vez de eso, podemos animarle diciéndole que sea fuerte al enfrentar su duelo y permitirse sentir. El proceso del duelo es un proceso individual y difícil. Hacer duelo es de humanos y si no se le enfrenta, puede traer consecuencias en nuestra salud mental y física.
Si estás pasando por un momento de duelo y pérdida en estos momentos, sigue escuchando. Estamos aquí contigo y te explicaremos cada etapa del proceso del duelo, a la vez que compartiremos algunos consejos prácticos que te pueden ayudar. Si tú no estás pasando por un duelo pero estás cerca de alguien que ha sufrido una pérdida, también te animamos a que escuches. Quizás puedas aprender algo que te ayude a ayudar y acompañar.
También ponemos a disposición nuestro folleto titulado «Cómo enfrentar las pérdidas». Lo pueden descargar de forma gratuita en la sección de recursos de esta página web, donde también pueden encontrar más información en cuanto a este tema y muchos otros.
El duelo es el proceso psicológico normal que se produce al sufrir una pérdida, una ausencia, una muerte o un abandono. Pero puede convertirse en una patología o enfermedad. Es peligroso querer hacerse «el fuerte» como a veces lo exige nuestra cultura latina y no gestionar el duelo que estamos viviendo. Según la psicóloga española Julia Pascual, el duelo se convierte en duelo patológico cuando, después de que ha pasado un tiempo, la persona sigue con los mismos síntomas.
Y es que, si no elaboras o gestionas de forma adecuada tu pérdida y duelo, después de un tiempo o incluso años, puedes tener problemas emocionales e incluso trastornos psicopatológicos (conductas anormales) o psicosomáticos (síntomas físicos que se ven agravados por factores mentales). Pero si elaboras o gestionas adecuadamente tu duelo, vas a sanar naturalmente y en el futuro vas a poder enfrentar con valentía otras situaciones de pérdida, frustración o sufrimiento.
Según Pascual, «la expresión de emociones acompañando a los sentimientos de pérdida y la importancia de realizar rituales que ayuden a elaborar el proceso de adaptación a la pérdida, pueden evitar el desarrollo de duelos patológicos y facilitar el proceso de duelo natural«.
Si perdiste algo que atesorabas; o si te sientes desvalorizado y deprimido porque perdiste aquel trabajo que te llenaba de vida y te hacía un ser productivo; o si la partida de un ser querido o una muerte a la que no le encuentras sentido ha desgarrado tu vida y la de tus familiares, ¡no pierdas la esperanza! Es de humanos sufrir las pérdidas. Es de humanos sentir.
Sin embargo, el proceso de superación de una pérdida importante implica que entiendas que es posible seguir viviendo en este mundo, aun cuando te falte lo que has perdido. Es posible aprender a seguir viviendo con algo menos y con espacio para algo más.
Entonces, el duelo no es necesariamente algo negativo; al contrario, el duelo bien gestionado nos prepara para nuevas posibilidades, para nuevos proyectos, para establecer nuevas relaciones, para reanudar o intensificar relaciones que habíamos dejado a un lado o no les habíamos podido dar la atención necesaria.
No todas las pérdidas son iguales, por lo que no todos los duelos son iguales. Cuánto afecta una pérdida depende de muchas circunstancias, como por ejemplo: la relación con lo perdido; si la pérdida fue súbita e inesperada o si sucedió paulatinamente; si afectó el cuerpo, el hogar, las pertenencias o el trabajo; si se debió a la muerte de alguien importante; si se han tenido más pérdidas al mismo tiempo, etc. Veamos algunos ejemplos:
1- Pérdida por desarraigo
Esto ocurre cuando nos mudamos, ya sea de casa, de vecindario, de ciudad o de país. Aunque la mudanza sea a un lugar mejor o a una casa más grande y cómoda, sentimos duelo porque lamentamos dejar nuestro hogar. Somos sacados de raíz del lugar donde estábamos para plantarnos en uno diferente.
2- Pérdida del trabajo
Tras el despido, o en algunos casos la jubilación, es común experimentar una ansiedad aguda, hipertensión, depresión, descuido en el cuidado personal y deterioro de la autoestima, porque aquello que de alguna manera nos definía, ya no lo hace más. Entonces nos podemos sentir inservibles y que estamos fuera del sistema, y así entramos en duelo.
3 – Vejez
Cuando se han vivido más años de los que quedan por vivir, es común tener sentimientos de duelo. No solo ya no se es tan atractivo o ágil como antes, sino también menos productivo y con menos perspectivas por delante.
4 – Pérdida de la salud
Aun cuando una enfermedad no sea de gravedad, el hecho de ser sometido a estudios e incluso ser hospitalizado, genera mucha tensión. Esta pausa en la vida pone al descubierto la impotencia, los temores y la posibilidad de la muerte, lo que hace que podamos entrar en duelo.
5 – La muerte de un ser querido
Sobrellevar con la pérdida de un amigo cercano o un familiar es un gran reto que a todos nos toca enfrentar. La muerte de la pareja, un hermano o un padre puede causar un dolor especialmente profundo. Podemos ver la pérdida como una parte natural de la vida, pero aun así nos pueden embargar el golpe y la confusión, lo que puede dar lugar a largos períodos de tristeza y depresión.
6 – La muerte de un hijo
Esta es, sin lugar a dudas, una de las experiencias más dolorosas. La muerte de un hijo, de una persona de corta edad, es una inversión del ciclo biológico. Además del estrés y de las diferentes reacciones corporales y psíquicas que sufren los padres por esta pérdida, que suelen sentirse culpables y responsables de la muerte del hijo, también suelen surgir entre ellos problemas que, en muchos casos, terminan en la ruptura de la pareja. Este es uno de los duelos más difíciles.
Recuerda que el duelo no es una enfermedad, sino un proceso normal de sanación. Pero en algunos casos se necesita la ayuda de un profesional o consejero espiritual. Porque la persona que no logra realizar su duelo, está negando que lo que ya no está se ha ido. Y al no dejarlo ir, no puede integrarse al mundo que la está esperando para seguir viviendo.
Ya sea que perdamos a un ser querido, que nos hayan robado ese auto que tanto queríamos, o que se tenga que haber cerrado la empresa de la cual formábamos parte, nuestro duelo va a pasar por cinco etapas. Aclaramos que no son cinco peldaños o escalones que subimos uno detrás del otro. Más bien, es como estar en una montaña rusa: subimos hasta lo más alto y creemos que ya pasó todo y de repente, sin causa aparente, nuevamente nos hundimos en la desesperación. Así es este camino de duelo y sanación.
También queremos aclarar que aquí no vamos a enseñarte cómo superar cada etapa. Ese no es el objetivo. El objetivo es que reconozcas y atravieses cada etapa a tu propio ritmo y con tus propios recursos, para que puedas sanar.
1- Negación
La negación es como cuando alguien se tuerce un tobillo haciendo un deporte pero sigue jugando porque el cuerpo y la mente usan mecanismos de defensa con el mensaje: acá no pasó nada. Pero cuando se acaba el juego y el cuerpo se enfría, comienza la hinchazón y viene el dolor agudo. Así es la etapa de la negación frente a una pérdida. Pensamos: «acá no pasó nada», «todo está bien», hasta que llega el momento en que el dolor se hace insostenible y no permite que sigamos negando lo ocurrido.
Ante una pérdida, al principio se suele entrar en un «shock psicológico» (una anestesia natural). Pero mientras se niegue la realidad no es posible enfrentarla. Si negamos la pérdida no podremos resolver qué haremos con el mundo real, ese mundo en el cual existe un vacío porque falta una persona, un lugar o una posesión preciada.
2- Rabia o ira
En esta etapa se entra en contacto con el dolor, con la realidad, de una manera fuerte y agresiva. No es fácil acompañar a una persona que atraviesa este momento. El instinto nos lleva a querer aplacar su furia, que en ocasiones es injusta, pero es mejor ayudarla a que la exprese, a que se libere de ella. La ira puede ser contra cualquiera, aunque no tenga sentido. Pero mucha gente direcciona su ira hacia Dios. Recuerda que Dios no es el causante de nuestros dolores y que está con nosotros en medio de ellos para acompañarnos y ayudarnos a sanar.
3- Culpa
Durante este proceso de duelo y recuperación es común sentirse invadido por la culpa y jugar con el «qué hubiera pasado si». Por ejemplo:
* Si no hubiésemos salido apurados, con tan poco tiempo para ese viaje, nadie hubiera muerto.
* ¿Tan poco quiero a mi abuelo que perdí el reloj que me regaló como algo especial?
* Debería haberlo obligado a ir al médico. ¿Por qué no me puse más firme, por qué lo dejé pasar?
* ¿Por qué despilfarramos el dinero de esa manera? ¿Por qué no fuimos más previsores?
* ¿Por qué le tocó a ella y no a mí?
4- Depresión
Esta es, quizás, la etapa más difícil del proceso. Cuando se acaban todos los recursos que se utilizan para negar la realidad y la pérdida resulta un hecho irrefutable nos desmoronamos, nos llenamos de tristeza y surge la depresión. Nos damos cuenta de que aquello que perdimos realmente no está más, que lo que estamos viviendo no es ni un sueño ni una película, sino la realidad que no se puede cambiar. Nos damos cuenta de que nuestra vida no volverá a ser como era antes y no sabemos cómo será nuestra vida de ahí en adelante, sin aquello que nos falta.
5- Aceptación
Cuando aceptamos la realidad sentimos alivio y paz. No significa que nos sentimos felices de la realidad que nos está tocando vivir. Significa que aceptamos nuestra nueva realidad así como es. Aceptar es dejar de preocuparnos por cómo será el mañana y ocuparnos del hoy. En el caso de un fallecimiento, la aceptación es reconocer que quien murió no fuimos nosotros y aprender a volver a situarse en la vida que tenemos y que continúa. También es comprender que algo de esa persona quedó en nosotros, y que ese algo ha sido determinante para que seamos quienes somos hoy.
Aunque no nos gusten, aunque sean dolorosas, aunque digamos que no estamos preparados para ellas, las pérdidas son parte de la vida, ya que la vida es una combinación de pérdidas y ganancias. Y aunque producen dolor, usualmente las pérdidas nos traen también crecimiento.
El duelo por causa de las pérdidas en nuestra vida no debe ser un tabú entre nosotros. Cuando estamos aferrados a Jesús, quien es el mismo ayer, hoy y siempre, estamos asidos a alguien seguro que nunca nos abandonará y en quien podemos apoyarnos para superar nuestras pérdidas.
Si está sufriendo por una pérdida importante, dentro de un tiempo podrás mirar hacia atrás con nostalgia, pero también hacia adelante, hacia la vida que continúa después de tu pérdida. Cuando eso suceda, ya no te quejarás ni sentirás rabia o impotencia, ya no estarás triste ni deprimido, ni pensarás que «lo has perdido todo». Al contrario, notarás que has crecido, que eres una persona más fuerte, íntegra y madura gracias a la experiencia que has vivido. Reconocerás que nada de lo vivido fue en vano y podrás dar gracias por ello porque, a pesar de todo, la vida continúa.
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