Detalle de lo tratado
Introducción
La arrogancia es la excesiva autoestima o amor propio. La persona arrogante busca la atención y el renombre, quiere ser el foco de atención y se siente superior a los demás. Quiere proyectar que no necesita a nadie y que es autosuficiente.
La arrogancia hace que el hombre no vea la necesidad de Dios en su vida, por eso ha traído como consecuencia la pérdida de valores y prioridades en el matrimonio. También ha destruido la naturaleza de la unidad de pareja.
Características de la persona arrogante
Algunas veces estas personas cargan heridas por traumas de la infancia que los bloquean y les hacen muy difícil perdonar y pedir perdón. Todo el dolor que no pudieron resolver, se lo cobran a los demás.
¿Cómo actúan con su pareja?
La persona arrogante no respeta los límites personales. Cree saber lo que su pareja piensa y lo que debe y no debe hacer; da opiniones no solicitadas, califica las acciones de su cónyuge como correctas e incorrectas y culpa a su cónyuge por los problemas del matrimonio. Todas estas son acciones destructivas de personas presuntuosas que anulan la humildad y el diálogo.
Viven en oposición con su pareja produciendo estragos. No miden el efecto de sus palabras crudas porque siempre creen tener la razón. En el largo plazo, se llenarán de amargura y se sentirán rechazados y solos. Todo se convierte en una lucha por la victoria; no miden ni parece importarles cuanto daño pueden hacer. Son críticos empedernidos y dicen de ellos que le llaman «pan al pan y vino al vino.» Siempre creerán que están en lo correcto y que el mundo está equivocado.
Los arrogantes creen que saben lo que es mejor no sólo para ellos sino también para los demás, por lo que aconsejan, rescatan y se encargan de las cosas cuando las tensiones aumentan.
Se meten en los asuntos de los demás y se enfocan en los problemas de los otros en vez de enfocarse en los suyos.
No comparten su lado vulnerable porque eso muestra debilidad y eso es algo que les disgusta en los demás y que no toleran de sí mismos.
Cuando funcionamos en exceso, creemos que estamos ayudando a quien no quiere mejorar ni corregirse, en lugar de enfocarnos en nosotros mismos. No vemos la viga en nuestro propio ojo pero sí la paja en el ojo ajeno.
El control es destructivo pero le da poder a quien lo ejecuta. La dogmatización da poder. Todo es blanco o negro, bueno o malo, no hay matices. Empezamos a dogmatizar cuando somos niños, mandando a nuestros hermanos menores y acabamos mandando a nuestro cónyuge.
El mundo del dogmático es pequeño y espera que todos se adapten a su mundo. Su forma es la única forma correcta, por lo que no hay más formas de hacer las cosas.
La dogmatización provoca reacciones en el otro miembro de la pareja. La relación se reduce a batallas que ganar. Querer ocupar el lugar de Dios no tiene cabida en una relación sana y positiva. Se necesita fortaleza para dejar a los demás hacer sus propias elecciones y no querer jugar el papel de Dios.
Nuestros cónyuges no son extensiones de nuestras voluntades, sino personas individuales, separadas de nosotros, con sentimientos y pensamientos distintos. Sería narcisista querer que sean y actúen como nosotros queremos. A las niñas se las cría para ser madres y esposas. No hay cabida para el desarrollo laboral y las aspiraciones individuales. Muchas veces, eso las lleva a la total frustración porque la pareja no las ve capaces de manejar la vida plenamente. El arrogante quiere que su pareja le sirva solamente a él y que cumpla sus sueños.
Todos necesitamos cierto grado de soledad para mantener el equilibrio emocional. Esto no debe ser considerado como una conducta antisocial. Sin embargo, a veces los demás no comprenden nuestra necesidad de estar solos y lo interpretan como un rechazo. El cónyuge arrogante domina a su pareja y no la deja sola por un instante para poder controlar lo que dice, hace y piensa sin considerar esta necesidad.
Cómo diferir en el amor y tener un enfoque diferente
El equilibrio es la base para una vida armoniosa. Debemos aprender a tolerar nuestras diferencias y entender que esas diferencias fueron las que nos atrajeron a nuestra pareja.
Implica ver a tu pareja como alguien distinto a ti, con necesidades únicas y especiales y que no necesariamente son las tuyas. Implica no controlar ni dominar, no decidir por el cónyuge ni decirle cómo vivir su vida. No digo que vivan separados, sino que se amen como a sí mismos y abracen sus diferencias.
No esperes ni exijas que tu pareja cambie para ajustarse a tu gusto. No dogmatices a tu pareja con tus verdades, déjala elegir. ¿Quiénes somos nosotros para querer obligar a alguien a elegir lo que nosotros elegiríamos? ¿O para hacer lo que nosotros haríamos?