Detalle de lo tratado
Introducción
La autoestima influye nuestra salud emocional. Cuando nos sentimos útiles y apreciados, nuestra autoestima aumenta. Por lo tanto, la forma en que valoremos al niño en sus primeros años de vida va a determinar cuán seguro se sienta y cuánto se va a aceptar a sí mismo y a los demás.
Las críticas constantes crean en el niño un sentimiento de fracaso, rechazo e incapacidad. El niño que no se siente aceptado, pierde la confianza en sí mismo. Ese niño mañana será el adulto incapaz de emprender nada por sí mismo, de luchar por lo que le corresponde o de tomar decisiones importantes.
Cuando comparas a un hijo con otro, le muestras tu falta de aceptación. Las comparaciones crean sentimientos de inferioridad que afectan el desarrollo de la personalidad. No hay dos individuos iguales, por más que hayan salido del mismo vientre. Por eso, cada uno debe ser tratado de manera diferente. Cada uno necesita diferentes estímulos: no puedes esperar el mismo comportamiento ni la misma productividad, madurez o logros. Cuando los comparas, en cierta forma los anulas y acabas con su individualidad.
A veces sin ser conscientes de ello, los padres tienen la ambición de que sus hijos logren sueños que ellos no lograron. Pero al tratar de imponer sus ambiciones en sus hijos y no permitirles ser lo que ellos quieren, los hacen sentir rechazados.
Hay veces en que la falta de protección resulta menos dañina que la sobreprotección. Por supuesto que debemos proteger a nuestros hijos para evitar que algo malo les suceda. Pero sobreprotegerlos les mata el espíritu aventurero y les inculca un espíritu de temor que muchas veces se convierte en derrota. Algunos opinan que «es mejor un hueso roto que un espíritu roto».
Todos deseamos hijos modelos o, por lo menos, hijos triunfadores. Pero cada persona es un ser único. Por lo tanto, exigirle a un hijo más de lo que puede, hace que se sienta incapaz y daña su autoimagen y por consiguiente su auto aceptación.
Cada hijo es un individuo diferente con su propia personalidad, talentos y anhelos. Tu privilegio y responsabilidad como padre es ayudar a formar esa personalidad única de tu hijo, con todos sus dones y talentos, para que pueda florecer y dar muchos frutos.
Los padres debemos ser sabios y estar al lado de nuestros hijos cuando emprenden una nueva aventura para animarlos y alabarlos por sus logros, sean grandes o pequeños. De esa manera se atreverán a tomar riesgos en su vida adulta y se sentirán seguros de ellos mismos.
Los hijos son regalos de Dios, y los regalos son dados para ser disfrutados con amor y aceptación incondicional. Para un niño es devastador escuchar que vino al mundo «por accidente», como resultado de un embarazo no deseado. Se puede sentir que es un peso para sus padres, una carga económica o un impedimento para que ellos tengan la vida social o económica que desean. Un hijo jamás será un accidente. Aunque uno no lo haya planificado, Dios si lo planificó y es un regalo para ti.
Los amigos de tus hijos son importantes para ellos. Por lo tanto, recíbelos en tu casa con amor. Permite que tu hijo se sienta en libertad de llevarlos, sin temor a que sean rechazados o estén incómodos porque sus padres no los aceptan. A ti te conviene conocerlos para poder orientar a tu hijo con relación a sus amistades.
Cuando nuestros hijos son pequeños, creen que los padres somos poderosos como Batman o Superman y que no cometemos errores, como Dios. Si somos honestos y no les ocultamos nuestros fracasos, defectos y temores, ellos crecerán sintiéndose «humanos» y capaces de cometer sus propios errores sin perder su seguridad. El fracaso es normal y nos ayuda a crecer. Procura que tu hijo te vea así, para romper tensiones y sentirse «normal».
Escuchar atentamente es una virtud que debemos desarrollar y usar no sólo con nuestros hijos, sino con todos los que nos rodean. Es una muestra de aprecio y respeto. Padres, escuchen lo que sus hijos quieren decirles; ellos se sentirán amados y aceptados.
Los niños son personas y como tales deben ser tratadas y respetados. No hay motivo para que no les digamos «gracias, por favor y permiso», las mismas «palabras mágicas» que les pedimos que ellos utilicen con los mayores.
Muchas veces demandamos en los niños conductas de adulto, sobre todo cuando tienen un hermano mayor. Pero no todos los niños maduran al mismo ritmo. Es sabido, por ejemplo, que las niñas maduran antes que los niños. Y diferentes niños en el mismo hogar pueden madurar también a diferentes edades, sin que ello signifique que están retrasados en su desarrollo. Sencillamente son únicos y diferentes. A nosotros, los adultos, nos corresponde aceptar, apreciar y respetar esas diferencias.
PARA REFLEXIONAR:
¿QUÉ NOS DICE LA BIBLIA?