La necesidad de compensar las desventajas que la vida nos presenta, muchas veces provoca en nosotros una actitud de superación. Cuando tienes fe en Dios, puedes hacer cosas asombrosas. Lo que hoy parece tan insuperable, quizás mañana te lance a la grandeza. La Biblia nos dice en 1 Pedro 1:6-7:
… están ustedes llenos de alegría, aun cuando sea necesario que
durante un poco de tiempo pasen por muchas pruebas.
Porque la fe de ustedes es como el oro:
su calidad debe ser probada por medio del fuego.
… De manera que la fe de ustedes, al ser así probada, merecerá aprobación,
gloria y honor cuando Jesucristo aparezca. (DHH)
Te invito a que te dirijas a Dios en oración y le pidas que te ayude a recordar que no tienes que depender de ti mismo, porque con él todo es posible.
Cada día debemos elegir cómo vamos a vivir. ¿Lo haremos de acuerdo a nuestros propios impulsos o siguiendo las instrucciones que Dios nos da en su Palabra y sometiéndonos a la dirección del Espíritu Santo que vive en nosotros? La elección debería ser fácil, pues obedecer a Dios nos trae paz, progreso, protección y ayuda. Escuchemos lo que Dios nos dice a través de su profeta Isaías (1:19):
Si ustedes quieren y me hacen caso, comerán de lo mejor de la tierra.
Obedecer es un acto de tu voluntad, no un reflejo de tus emociones. Pídele a Dios que te ayude a ser obediente y a confiar en su dirección cada día de tu vida, sabiendo que Él tiene cosas buenas preparadas para ti.
Cuanto menos tiempo de vida nos queda, más pacientes nos volvemos. ¿Por qué? Los problemas no han cambiado mucho, pero nuestra perspectiva sí. Las cosas que antes nos molestaban ya no lo hacen, porque hemos vivido lo suficiente para saber que la gracia de Dios es suficiente. El apóstol Pablo dice en Romanos 5:3-5:
… nos regocijamos en los sufrimientos, porque sabemos que
los sufrimientos producen resistencia,
la resistencia produce un carácter aprobado,
y el carácter aprobado produce esperanza.
Y esta esperanza no nos defrauda,
porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón
por el Espíritu Santo que nos ha dado.
Te invito a que le pidas a tu Padre celestial que te dé paciencia para confiar en él en todas las cosas.
Dios nunca tienta a nadie. Cuando oramos: «Y no nos dejes caer en la tentación», le estamos pidiendo a Dios que nos guarde y proteja para que el diablo, el mundo y nuestra carne no nos engañen ni nos lleven a creencias falsas, ni a desesperarnos, ni a otros pecados. Pedimos que, aunque seamos tentados por ellos, podamos vencer. Jesús nos advierte en Mateo 26:4:
Manténganse despiertos, y oren, para que no caigan en tentación.
A decir verdad, el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.
Pídele a tu Padre celestial que te ayude para que no seas vencido por situaciones que puedan llevarte a pecar, y que te guíe para que no seas vencido por ninguna tentación, sino que en Cristo salgas victorioso.
Cuando oramos: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores», le estamos pidiendo a Dios que no tome en cuenta nuestros pecados de pensamiento, palabra y obra, ni nos niegue nuestras otras peticiones por causa de ellos. También le pedimos que nos lleve a perdonar a todos los que nos lastimen. Efesios 4:32b nos recuerda:
Sean bondadosos y misericordiosos, y perdónense unos a otros,
así como también Dios los perdonó a ustedes en Cristo.
Te invito a que te presentes ante Dios en oración reconociendo que no eres digno de recibir nada de lo que pides, pero confiando a la vez en su gracia para recibir perdón por tus pecados y para poder perdonar a quienes pecan contra ti.
Dios nos da alimento y suple nuestras necesidades materiales sin necesidad de nuestra oración. Pero cuando oramos: «el pan nuestro de cada día dánoslo hoy», estamos pidiendo que nos guíe a reconocer que es Él quien nos lo da, a recibirlo con acción de gracias y a confiar en que Él provee lo que necesitamos cada día sin que nos preocupemos por el futuro. Mateo 6:34 nos recuerda:
Así que, no se preocupen por el día de mañana,
porque el día de mañana traerá sus propias preocupaciones.
¡Ya bastante tiene cada día con su propio mal!
Sabiendo que Dios suple todas nuestras necesidades, materiales o no, que podamos tener en esta vida en el mundo, te invito hoy a que te acerques a Él en oración y le agradezcas por su infinita provisión en tu vida y en la vida de tus seres queridos.
La voluntad de Dios, buena y misericordiosa, se hace sin necesidad de nuestra oración, pero cuando oramos «hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra», estamos pidiendo que la voluntad de Dios se haga en nosotros. Jesús nos dice en Juan 6: 40a:
Y ésta es la voluntad de mi Padre:
Que todo aquel que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna.
Te invito a que le pidas hoy a Dios en oración que haga su voluntad en tu vida y que destruya e impida todo plan malvado del diablo, del mundo y de tu propia carne que quieran evitar que santifiques su nombre y que venga a ti su reino. Pídele que te fortalezca y te mantenga firme en su Palabra y en la fe.
El reino de Dios viene sin necesidad de nuestra oración, pero cuando oramos «vénganos tu reino», estamos pidiendo que se establezca también entre nosotros de modo que su Palabra mantenga su poder entre nosotros y que su nombre sea alabado a través de nuestra vida. Romanos 14:17 nos recuerda:
Porque el reino de Dios no es cuestión de comida ni de bebida,
sino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.
Hoy te invito a que le pidas a Dios que a través del Espíritu Santo te afirme en su Palabra para que ella viva en ti, de tal manera que el reino de Cristo se siga expandiendo en este mundo, alcanzando a muchos más que aún no le conocen.
«Santificado sea tu nombre». El nombre de Dios ya es santo en sí mismo, pero en esta petición le pedimos a Dios que sea santificado también entre nosotros. Santificamos el nombre de Dios cuando vivimos conforme a su Palabra como hijos suyos. En Juan 17:17-19 Jesús oró por nosotros, diciendo:
Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.
Tal como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.
Y por ellos yo me santifico a mí mismo,
para que también ellos sean santificados en la verdad.
A través del sacrificio de Jesús somos libres para santificar el nombre de Dios y vivir de acuerdo con su Palabra, dándole así la gloria que Él se merece para que muchos más también crean en Él.
«Padre nuestro que estás en los cielos». Con estas palabras que Jesús nos dio para hablar con el Padre, Dios quiere atraernos cariñosamente para que recordemos que él es nuestro verdadero Padre y que nosotros somos sus verdaderos hijos. Por lo tanto, podemos hablar con Él con valor y plena confianza, como hijos amados del Padre celestial. Romanos 8:15-16 nos recuerda:
Pues ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice nuevamente al miedo,
sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.
Dios te ama y quiere que estés en comunión con Él a través de la oración, con plena confianza y sin temor. Él te está esperando. Habla hoy con tu Padre celestial.