Los niños no nacen totalmente desarrollados, sino que poco a poco, con la incentivación y guía de sus padres y otros adultos, van creciendo mental, espiritual, social y físicamente. Con Jesús fue igual. La Biblia nos dice que «Jesús siguió creciendo en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y con los hombres» (Lucas 2:52).
La tarea que tenemos los padres es enorme y no es fácil, ¡pero es imprescindible! También es enorme el privilegio que Dios nos concede al confiar a nuestro cuidado la vida de sus preciosas criaturas. Dios exige, pero también es claro en cuanto a lo que espera de nosotros. Dice el profeta Miqueas:
«El Señor te ha dado a conocer lo que es bueno, y lo que él espera de ti, y que no es otra cosa que hacer justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios.» (Miqueas 6:8)
Agradécele hoy a Dios por la oportunidad que te da de influenciar para bien la vida de sus criaturas y pídele que te ayude a crecer cada día más en justicia, misericordia y humildad.
¿Cuánto estrés hay en tu vida? ¿Crees que es posible mantener la calma cuando las obligaciones nos sobrepasan… cuando el dinero no alcanza para pagar todas las cuentas… cuando el tiempo se nos escapa de las manos… cuando la salud nos falla… cuando las cosas no salen como teníamos planeado… cuando no conseguimos trabajo…?
¡Claro que sí! Es posible porque no estamos solos, sino que tenemos a Alguien muy superior a nosotros que está siempre dispuesto a venir en nuestra ayuda. De esta manera nos lo recuerda el Salmo 121:
A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda?
Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra. Salmo 121:1-2
Te invito a que hoy, y todos los días de tu vida, levantes tus ojos al Señor tu creador, con la certeza de que él siempre está dispuesto a ayudarte.
Cuando vemos una casa que sigue en pie después de más de cien años, sabemos que tiene cimientos fuertes. Jesucristo dijo:
«Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada
sobre la roca.» Mateo 7:24-25
De la misma forma, si queremos influenciar a nuestros hijos y jóvenes para bien, primero debemos asegurarnos de estar firmes en nuestra auto disciplina, en los valores o principios éticos por los cuales nos regimos, en nuestra identidad y en nuestra seguridad emocional. Después de todo, lo que nos sucede en la vida proviene de lo que nos está sucediendo interiormente.
Hoy te invito a que le pidas a Dios que te guíe en tu crecimiento personal, para que puedas ser de guía para quienes Él ha puesto a tu cuidado.
Con palabras le decimos a una persona cuánto la amamos y valoramos, y con acciones confirmamos esas palabras. Cuando sacrificamos nuestros gustos y deseos por los de otra persona, le estamos demostrando nuestro respeto y amor. T cuando nos sacrificamos por otros, les estamos damos el regalo más grande posible.
[Jesús dijo:] «No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos.» (Juan 15:13)
Hoy recordamos y damos gracias a Dios por todos los que, a lo largo de la historia, han dado su vida en defensa de la libertad de este país.
Pero más aún, le damos gracias al Padre por amarnos tanto como para enviar a Jesús a este mundo a vivir y morir por nosotros para que, a través de la fe en él, seamos perdonados y tengamos la certeza de la vida eterna en el cielo junto a él.
Las peleas, los desacuerdos, los engaños, mentiras y agresiones, son cosas que, lamentablemente, están a la orden del día. ¿Cómo podemos hacer, entonces, para vivir en unidad en medio de todo esto? Escuchemos lo que nos dice el apóstol Pablo en su carta a los Efesios:
… [les ruego] que sean humildes y mansos, y tolerantes y pacientes unos con otros, en amor.
Procuren mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. (Efesios 4:2-3)
La verdadera unidad se centra en la persona de Jesucristo. Cuando comprendemos la inmensidad del amor y sacrificio de Jesús por nosotros, no podemos menos que dejar de lado nuestro orgullo y ser humildes y mansos como lo fue él. Y también podemos comprometernos a perseguir la paz, a resolver los conflictos y a preservar las relaciones a pesar de las diferencias personales.
No es fácil llevar una vida balanceada. Sin duda alguna es una batalla dura, agotadora y que parece no tener fin. Pero sí es posible. ¿Cómo? Descansando en el Señor. Dios quiere preservarnos, corregirnos y darnos libertad de acción, enseñándonos sus caminos y guiándonos a través de sus enseñanzas. El rey David no tuvo duda de ello y así lo expresó en el Salmo 27.
Pero de una cosa estoy seguro: he de ver la bondad del Señor en esta tierra de los vivientes. Pon tu esperanza en el Señor; ten valor, cobra ánimo; ¡pon tu esperanza en el Señor! (Salmo 27:13-14)
Permite que Dios supla tu necesidad de gozo, de libertad y de seguridad. Permite que él absorba tus deseos de paz, unidad y comunión con él. Y permite también que él te guíe enseñándote sus caminos y cubriéndote con su protección, para que así puedas encontrar en él el reposo que necesitas en tu vida.
Muchas veces nos sentimos mal porque no podemos tener todas las cosas que el mundo nos hace creer que necesitamos. Si ese es tu caso, te invito a que prestes atención a lo que Dios nos dice en su Palabra.
1 Timoteo 6: «Así que, si tenemos sustento y abrigo, contentémonos con eso».
1 Pedro 3: «Que la belleza de ustedes no dependa de lo externo… sino de lo interno, del corazón, de la belleza incorruptible de un espíritu cariñoso y sereno, pues este tipo de belleza es muy valorada por Dios».
Proverbios 22: «Mejor tener buena fama que mucha riqueza; la buena fama es mejor que la plata y el oro».
Es mi oración que estas palabras echen raíz en tu corazón y te brinden la confianza y el gozo que solo Dios puede dar.
Los seres humanos somos ocupantes de esta tierra. No somos propietarios, sino sólo sirvientes; no somos dueños, sino apenas administradores. Hay una gran diferencia entre ser sirviente y ser señor, entre ser administrador y ser dueño … y esa es la diferencia entre Dios y nosotros.
«¡Del Señor son la tierra y su plenitud! ¡Del Señor es el mundo y sus habitantes», dice el rey David en el Salmo 24:1. Y Pablo lo confirma en el discurso que da a los griegos en Atenas, registrado en el capítulo 17 del libro de los Hechos de los Apóstoles, donde dice:
«El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, es el Señor del cielo y de la tierra…
él es quien da vida y aliento a todos y a todo.» (Hechos 17:24-25)
Recién cuando reconocemos y aceptamos esto, aprendemos a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios y a darle a las cosas materiales el lugar que les corresponde. Te invito a que reflexiones sobre esto. ¿Tienes en claro que todo lo que tienes le pertenece a Dios y que tú solo eres su administrador?
El mundo que Dios había creado era bueno. Pero cuando el pecado entró en él lo corrompió, trayendo dolor, quebranto y muerte. La Biblia dice que el primer Adán trajo el pecado al mundo, pero que Jesús, el segundo Adán, va a remover de la creación de Dios el pecado y sus consecuencias. Es por ello que el Apóstol Pablo escribe:
«… las aflicciones del tiempo presente en nada se comparan con la gloria venidera que habrá de revelarse en nosotros… la creación misma será liberada de la esclavitud de corrupción, para así alcanzar la libertad gloriosa de los hijos de Dios.» (Romanos 8:18, 21)
Ese nuevo mundo, esa nueva creación, libre de corrupción y pecado, nos está esperando a todos los que hemos sido lavados por la sangre derramada por Jesús en la cruz. Es mi oración que esto, mi querido amigo, te incluya también a ti.
Dios no quiere que ningún ser humano sufra la separación eterna en el infierno. Pero ninguno de nosotros podemos vivir la vida perfecta que Dios requiere para escapar la condenación. La única manera de participar del banquete eterno del Señor en el cielo es siendo cubiertos por su justicia. Es por ello que todos necesitamos un Salvador. Todos necesitamos a Jesús.
Hoy es el tiempo del favor de Dios; hoy es el día de salvación. Dios ofrece a todos su salvación, pues, como nos dice el apóstol Pablo en su primera carta a Timoteo:
«…[Dios] quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen a conocer la verdad.»
(1 Timoteo 2:4)
Querido amigo: le pido a Dios que abra tu mente y tu corazón para que llegues a conocer su verdad y su salvación. Amén.