La desilusión es una experiencia común en la vida de todos. Si bien puede ser dolorosa, la Biblia nos ofrece una perspectiva de esperanza y nos enseña que, a pesar de nuestras decepciones y dificultades, podemos encontrar consuelo y fortaleza en Dios. El Salmo 34:18 nos dice:
«Dios siempre está cerca para salvar a los que no tienen ni ánimo ni esperanza (Salmo 34:18 TLA)»
La desilusión puede hacernos sentir que estamos perdidos, pero la fe nos recuerda que Dios está cerca de los quebrantados de corazón y que puede transformar nuestras pruebas en bendiciones. Cuando confiamos en Dios y nos aferramos a sus promesas, encontramos esperanza incluso en medio de la desilusión.
La mayoría de nosotros deseamos convertirnos en mejores personas, y la mejor manera de lograrlo es aprendiendo y dependiendo de Dios. Él es quien nos exhorta a hacerlo y nos capacita para vivir conforme a su voluntad, guiándonos a través de su Palabra. Romanos 12:2 nos dice:
«Y no vivan ya como vive todo el mundo. Al contrario, cambien de manera de ser y de pensar. Así podrán saber qué es lo que Dios quiere, es decir, todo lo que es bueno, agradable y perfecto (Romanos 12:2 TLA)»
Hagamos que nuestra búsqueda de ser mejores personas sea un testimonio de la obra transformadora de Dios en nuestra vida. Al seguir la guía de Dios y vivir según su Palabra, estaremos compartiendo su luz con el mundo y honrando su llamado a ser santos y amorosos en todo lo que hacemos.
Expresar nuestras emociones de manera saludable, con sinceridad y cautela es un aspecto importante de nuestra vida. Dios nos llama a ser auténticos en nuestras emociones, pero también a ejercer autocontrol y buscar la reconciliación. El Salmo 62 nos dice:
«Confía en él en todo tiempo, oh pueblo;
derrama tu corazón delante de él; Dios es nuestro refugio»
(Salmo 62:8)
Cuando confiamos a Dios nuestras emociones, Él fortalece nuestra relación con Él y nos brinda consuelo, dirección y sanidad en Su amor. Hoy te invito a que le abras a Dios tu corazón para así experimentar Su paz y fortaleza, y te conviertas en un canal de consuelo y apoyo para otros en sus momentos de necesidad.
En un mundo obsesionado con el ego, la humildad es un atributo valioso que nos permite reflejar a Cristo y reconocer nuestra dependencia de Dios. En Filipenses 2 leemos:
«No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás» (Filipenses 2:3-4 NVI)
Al poner a los demás antes que a nosotros mismos y reconocer la grandeza de Dios, reflejamos la verdadera esencia de nuestra fe y permitimos que la luz de Jesús brille a través de nosotros.
Busquemos entonces la humildad en nuestras acciones y actitudes diarias, recordando que así estaremos honrando la voluntad de Dios en nuestra vida.
Así como Jesús actuó como mediador entre nosotros y Dios, nosotros también podemos desempeñar el papel de mediadores en las relaciones humanas. Al servir como mediadores, estamos siguiendo el ejemplo de Jesús y compartiendo su amor en medio de los conflictos de la vida. Nuestra disposición a buscar la paz y la armonía honra a Dios y demuestra su presencia en nuestras vidas. La Biblia nos anima a buscar la reconciliación y la unidad entre las personas. En Mateo 5, Jesús dice:
«Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5:9)
Busquemos oportunidades para ser mediadores, llevando el mensaje de reconciliación y paz a quienes nos rodean. Al hacerlo, estaremos contribuyendo a la construcción de relaciones sanas, a la vez que dando testimonio de la gracia y misericordia de Dios.
La gestión del dinero es un tema importante en nuestras vidas y debemos abordarlo con sabiduría y responsabilidad. La buena administración del dinero no se trata sólo de acumular riquezas, sino de usar sabiamente lo que tenemos. La Biblia dice en Proverbios 21:
«Los sabios tienen riquezas y lujos,
pero los necios gastan todo lo que consiguen»
(Proverbios 21:20 NTV)
Esta escritura nos recuerda la importancia de administrar nuestros recursos de manera sabia y prudente, siendo buenos administradores, siendo diligentes en el trabajo, ahorrando y siendo generosos con los demás. Por sobre todas las cosas, confiemos en Dios como nuestro proveedor y busquemos su reino en primer lugar. Así, nuestra vida reflejará nuestra fe y glorificará a Dios.
Los celos son un sentimiento que puede corroer nuestro corazón y afectar nuestras relaciones. Pero Dios nos llama a vivir en armonía y humildad, por lo que, con Su ayuda, debemos evitarlos. Cuando permitimos que los celos se arraiguen en nosotros, nos apartamos de la paz y la alegría que Dios desea para nuestras vidas. En Santiago 3 se nos insta:
«Pero si ustedes lo hacen todo por envidia o por celos, vivirán tristes y amargados; no tendrán nada de qué sentirse orgullosos, y faltarán a la verdad» (Santiago 3:14 TLA)
Busquemos el poder de Dios para superar los celos, encomendando nuestras emociones a Él. Al hacerlo podremos vivir en libertad, amando y apoyando genuinamente a quienes nos rodean y disfrutando las bendiciones que Dios nos ha dado.
El respeto es muy importante, ya que refleja el amor y la consideración que tenemos hacia Dios y hacia nuestros semejantes. Uno de los conflictos que se hace más difícil de resolver en las relaciones interpersonales es precisamente la falta de respeto. Dios nos llama a tratar a cada persona con dignidad y respeto, independientemente de nuestras diferencias. En 1 Pedro 2 leemos:
«Den a todos el debido respeto: amen a los hermanos,
teman a Dios, respeten al rey» (1 Pedro 2:17 NVI)
Hagamos todo lo posible cada día para mostrar respeto con nuestras palabras y acciones. Al hacerlo estaremos contribuyendo a construir relaciones saludables y armoniosas en nuestra familia, en nuestra comunidad y en el mundo, y honraremos la Palara de Dios.
La sinceridad es un valor fundamental en la vida, pues se basa en la verdad y la transparencia en todas nuestras acciones y palabras. Cuando somos sinceros, construimos relaciones basadas en la confianza y el respeto mutuo. La sinceridad nos libera de la carga de las mentiras y nos acerca más a una vida de integridad. En el libro de Proverbios 12 leemos:
«Dios no soporta a los mentirosos,
pero ama a la gente sincera»
(Proverbios 12:22 TLA)
Dios quiere que vivamos con sinceridad en todas nuestras relaciones y situaciones. El ser sinceros no sólo es agradable a Dios, sino que nos permite tener una conexión más profunda con los demás. Es mi oración que cada día busquemos la guía de Dios para vivir con sinceridad.
Dios nos ha dado la responsabilidad y el privilegio de enseñar a nuestros hijos a amarle a Él y al prójimo, a enseñarles a ser honestos e íntegros, a tener compasión y ser generosos. Enseñarles esos valores no implica simplemente transmitir conocimiento, sino también vivir de acuerdo con esos valores en nuestras propias vidas. Nuestro ejemplo es fundamental para que ellos comprendan y adopten esos principios en sus vidas. La Palabra de Dios nos dice en Tito 2:
«Tú mismo tienes que ser un buen ejemplo en todo.
Enséñales a hacer el bien y, cuando lo hagas,
hazlo con seriedad y honestidad» (Tito 2:7 TLA)
No perdamos la oportunidad única que tenemos de educar y moldear la mente, el corazón y la vida toda de nuestros hijos para que sean ciudadanos respetables, pero sobre todo, hijos de Dios.